domingo, 1 de junio de 2014

MIMÍ SEMORILE Y EL DÍA DEL INMIGRANTE 04/09/2011

En el acto del Día del Inmigrante, 4 de septiembre de 2011, Mimí Semorile dijo estas palabras que les transcribo a continuación:

Es mi propósito, en esta fecha honrar la memoria de las mujeres inmigrantes que, en distintas fechas y desde diferentes países llegaron a nuestro pueblo.
Ellas, pequeñas con sus padres, o adultas con su marido y sus niños, dejaron su tierra de nacimiento, sus familiares, sus afectos y tal vez sus ilusiones. Partieron rumbo a otro país de gente, paisaje, lengua y costumbres desconocidos. Sabían, sí, del viaje largo y azaroso que les esperaba. Su maleta más grande sería seguramente la de la esperanza y la fe: esperanza en el porvenir a ganar con su trabajo y fe en la mano que Dios les tendería.
Sin duda fueron las mujeres, por más sensibles y débiles, las que más sufrieron el desgarro de la partida; el corte, quizá definitivo, con lo que dejaban.
Doña Sofía Currat, mi abuela, fue la inmigrante suiza que más cerca tuve y voy a recordarla sabiendo desde ya, que muchas la habrán superado en sus virtudes y capacidades, y que, para tantas otras, sobre todo para las primeras en llegar, la lucha habrá sido más pesada, más difícil, más intensa.
La familia Ginsberg, que ese era el apellido de Sofía, llegó a Baradero en el año 1864. Benjamina Corboz y Frederic Titus Ginsberg con cinco hijos, cuatro mujeres y un varón, vivieron en la vieja casa que existía donde hoy se levanta el edificio de departamentos de la calle Bulnes.
Muy pronto Sofía se casó con el herrero León Currat (1887), quien había llegado con sus padres y hermanos, a la edad de tres años, en noviembre de 1867.
Tiempo después, los padres y hermanos de Sofía, se radicaron en San Juan.
Mi abuela trajo de Suiza su diploma de Modista y Sombrerera. Mientras criaba y educaba a sus siete hijos, regenteó un pequeño taller de costura en la habitación más grande de su casa, la de la esquina de Santa María de Oro y Cabrera, donde muchas jóvenes criollas, aprendieron de ella el oficio de la costura.
A su profesión le agregó muchas habilidades. Como cocinera, sus platos olían como los mejores: sopas cremosas; budines; tortillas; bocadillos; papas a la suiza o papas al gratín; los fideos con manteca y queso, cubiertos con abundante pan y queso rallados y al horno bien caliente. Sus pastas caseras: tallarines, ravioles, ñoquis, los alcauciles al infierno; las hamburguesas que ella llamaba “bifes alemanes”; recuerdo por último la choucrute que preparaban en un barril de madera.
La canela siempre acompañaba a su arroz con leche y a muchos postres. La sémola con leche desmoldada sobre un plato hondo, era bañada con una salsa hecha con vino, azúcar y canela.
Sus dulces, licores y jarabes para la tos, no faltaban en su gran aparador verde, lo mismo que las conservas, pickles y escabeches.
Todo se hacía en la casa, sábanas, manteles, servilletas, cortinas y hasta colchones de lana; almohadas y acolchados de plumas.
Recuerdo a mi abuela con su tejido de cuatro agujas. En sus manos, medias y guantes tomaban rápidamente la forma y el tamaño deseado.
Quiero destacar también el perfil generoso de la abuela Sofía. Ella acudía siempre en ayuda de algún vecino enfermo, colaborando con su experiencia y trabajo.
Mi madre nos contaba que en esa casa era común se alojaran suizos recién llegados, hasta que se les conseguía una ocupación y una vivienda segura.
Inmigrantes italianos, numerosos en el barrio, encontraban en la abuela Sofía orientación, apoyo y ayuda en los primeros tiempos en ésta su nueva tierra.
La Sociedad Suiza de Socorros Mutuos de Baradero, la contó siempre entre las organizadoras de celebraciones y festividades. Y, ya pasados los días de intenso trabajo, integró durante mucho tiempo la Comisión de Damas del Hospital Municipal San José.
Siempre tenía a mano una golosina, un chocolate, una fruta o galletitas para el nieto que la visitaba. Paciente y cariñosa con los pequeños a quienes brindaba toda su atención.
Hijos, nietos y bisnietos hemos escuchado de ella una cancioncilla que dice así:




Ainsi font, font, font
trois petites marionettes
ainsi font, font, font
trois petits tours
et puis s'en vont
  
Y hacer, hacer, hacer
tres marionetas
y hacer, hacer, hacer
tres pequeñas torres
y luego ir

VIÑA CRUZ BLANCA en PERÚ

Lorenzo Semorile fue un inmigrante italiano, marino mercante, que llegó a Perú a finales del Siglo XIX con sus tres hijos quienes se dedicaron a la agricultura, especialmente a la cosecha de uvas.


La Viña Cruz Blanca fue fundada por uno de los hijos de Lorenzo Semorile: Bartolomé.


En la página web de la bodega: http://www.vinoscruzblanca.com/ encontrarán la historia de su fundación:

Fue fundada en el año 1910 por Don Bartolomé Semorile Amandolesi, inmigrante italiano que le otorgó el nombre de Viña Cruz Blanca. Al fallecer Don Bartolomé Semorile Amandolesi en 1917 su esposa Toribia Avalos Vda. de Semorile se hizo cargo de la bodega hasta que sus hijos Alejandro y Bartolomé tuvieron la edad necesaria para quedar al frente de la bodega, esto aproximadamente hacia 1928. Se formó entonces la empresa de elaboración de Vinos "Sucesión Bartolomé Semorile"

Con gran esfuerzo y tenacidad los dos hermanos ampliaron la bodega y adquirieron las máquinas necesarias que les permitieron superarse cada vez más en la elaboración de vinos Tinto, Borgoña, Blanco y Moscato. Así obtuvieron premios en las tradicionales vendimias que se realizan en el distrito de Santiago de Surco desde 1938.