A continuación completo los recuerdos que me acercó Mimí Semorile en la última reunión de primos en Baradero hace un par de meses, a orillas del Río Baradero.
Espero que los disfruten.
8. Los sombreros de Camila
En ese entonces, compañías de teatro en giras por el
interior, visitaban a menudo el pueblo de Baradero.
Camila Quiroga, destacada actriz de la época, debió
quedarse aquí unos días a causa del mal tiempo. Conocedora de las habilidades
de Mme. Sofía, concretó una cita para que le reformara varios sombreros.
Sofía recomendó a su numerosa prole (siete niños) no
aparecer en escena mientras la celebridad estuviera en la casa. Pero sus ojos
curiosos brillaban por cuanta hendija propicia encontraron. El trabajo fue
entregado en el tiempo establecido y doña Camila mandó efusivas felicitaciones
a la eficaz Sofía, que citaba asiduamente y con orgullo su relación con la
famosa actriz de ese tiempo.
9. El perfil generoso de Sofía
Doña Sofía, como todos la llamaban, acudía siempre
en ayuda de vecinos enfermos, colaborando con su experiencia y su trabajo. Mi
madre, Benjamina Currat, nos contaba que en “esa casa” era común que se
alojaran suizos recién llegados, hasta que se les conseguía una ocupación
segura y una vivienda para la familia.
También inmigrantes italianos, numerosos en el
barrio, encontraban en la abuela orientación, apoyo y ayuda en los primeros
tiempos en ésta su nueva patria.
10. De las fiestas navideñas
Mi madre, Benjamina Currat, hija de una protestante
y de un católico fue bautizada en la Iglesia Católica, practicando siempre esta
religión.
Ella nos contaba que para las Navidades, asistía a
la Misa del Gallo que se celebraba a medianoche, y que eran muy largas. Así se
esperaba el Nacimiento del Niño Dios. En realidad se reunían alrededor de la
mesa familiar, el día 25 y se consumían, como ahora, frutas secas, turrones y
chocolates, siguiendo tal vez la tradición europea. En casa de la abuela no
faltaban nunca estas golosinas para repartir entre pequeños y golosos nietos.
11. La habilidosa y trabajadora abuela Sofía
La recuerdo con su tejido de cuatro agujas. En sus
manos, medias y guantes de suave y abrigada lana tomaban rápidamente la forma y
el tamaño deseado.
No he visto otros zurcidos, remiendos y parches tan
perfectos como los de la abuela. Muchas veces nos ponía en las manos un mate,
una media rota y nos enseñaba a zurcir.
Las frutas y hortalizas de estación se convertían en
riquísimos dulces y gustosos pickles o escabeches. Nada se tiraba en esa ni en
ninguna casa.
12. Las comidas y bebidas que recordamos
El aroma del café, que percibíamos desde la puerta
de entrada, no lo olvidaremos nunca. No sé qué ingrediente le agregaba que le
acrecentaba el color, el sabor y el aroma. Sus tazas blancas, enormes. Las
tostadas calentitas de pan casero con dulce elaborado en su cocina, a leña o
carbón, según conviniere.
Sus sopas cremosas incomparables: la de harina
tostada con cebollas fritas, la de cebollas, las de harina de porotos o
garbanzos.
La canela siempre acompañaba el arroz con leche y a
muchos postres. La sémola, hervida en leche azucarada que, bien firme,
desmoldaba sobre un plato hondo, era bañada con un jarabe que hacía con vino
tinto, azúcar y canela. La acompañaba con compota de ciruelas secas o pasas de
uva.
Sus dulces, licores y jarabes para la tos, no
faltaban en sus alacenas.
El abuelo León, decían en la familia, combatía el
frío echándole a la sopa un buen chorro de vino tinto.
Cuando el frío se hacía sentir tomaban vino caliente
con canela.
Las papas a la suiza o papas al gratin. ¡Qué aroma
inconfundible! Todos sabían, sin preguntarle, qué estaba cocinando. Papas
cortadas en rodajas, sal pimienta, abundante queso rallado, leche, manteca o
aceite y crema. Gratinados al horno.
Los fideos con manteca y queso y luego cubiertos con
pan y queso rallado abundantes. Horno caliente y … listo, exquisitos.
Otro de los platos en la casa de la abuela Sofía, la
choucrute, que preparaban en un enorme barril de madera, se comía con carne de
cerdo, papas y facturas elaboradas en la casa: huesos salados, cueritos,
panceta y chorizos.
Muchos eran los platos a base de verduras que la
abuela preparaba. Bocadillos, budines, tortillas, croquetas, purés, salsas,
cremas, etc. Ponía toda su imaginación en la combinación de sabores y en la
presentación de sus platos.
Sus alcauciles al infierno, dorados y calentitos,
una verdadera delicia.
Todo se hacía en la casa. Sábanas, manteles,
servilletas, cortinas de puertas y ventanas y hasta colchones de lana y
almohadas de plumas. Los plumones, antecesores de los acolchados, estaban
también rellenos, seguramente de plumas de gansos.
Podríamos hablar también del patio de la abuela;
ella no tenía tierra para sus plantas. Todo el terreno lo ocupaba el taller;
pero enormes macetas lucían sobre el piso, cubierto de mosaicos de hermosos
dibujos. No se veía una hoja seca, un yuyo o una rama quebrada…
Al pie de sus plantitas dejaba crecer un trébol de
pequeñas flores rosadas que, decía, le recordaban las flores silvestres de la
campiña suiza. Dos grandes bancos, de hierro y madera, construidos en el taller
de la familia, sillones y sofá permitían pasar la tarde bajo la sombra de un
gran toldo de lona.